Lo que no se escucha en una canción refiere a los recuerdos, sucesos y personas que le dan sentido a las melodías. Hay lugares y sensaciones a las que solo podes llegar escuchando música. Mayormente las canciones que te conmueven forman parten de la banda sonora de tu vida. Somos un poco lo que escuchamos, porque escuchamos lo que somos. Y si bien la idea no es escribir sobre música, buscaremos en la música historias para contar.
Por: Deja de Gritar
Me di cuenta de que hace dos años tengo el pelo largo, como lo deseaba en aquellos veranos de fines de los años 90.
Hoy, además, las puntas se tiñeron de amarillo, como aquel cantante de cumbia que mezclaba estilos, géneros y pasos de baile. Ahora puedo ver, a buena hora, que artísticamente no era nada atractivo. Pero en esos días fue lo que llegó a mí: una especie de contención emocional para un niño medio huérfano.
Es marzo en Mariscal. El sol tiene la calidez justa para caminar a las dos de la tarde. Los yuyos en el mate, las calles de ripio y los autos que pasan de vez en cuando me llevan de regreso a los otoños de los 90 y a aquellas esperas interminables.
Los sábados y domingos, a diferencia de otros chicos, no tenían ambiente familiar, paseos, ni esos minutos eternos donde los padres inventan juegos y pelan mandarinas al sol.
La espera, las llegadas tarde y la ausencia se fueron clonando en los días. Quien debía llevarme a la escuela casi siempre aparecía tarde, el libro de terror que mi abuela me prometió nunca llegó, y la Bibi nunca apareció esa tarde.
Recuerdo una campera de jean azul con corderito, un pantalón negro y la ilusión de mis 12 años: una cita con una chica mayor.
Habíamos quedado en vernos un martes, a las dos de la tarde, pero nunca llegó. No había celulares, yo no tenía teléfono de línea y caminé las calles alrededor de la plaza por casi una hora.
Pensé en infinitas posibilidades: tal vez se le hizo tarde, quizás no la dejaron venir, o simplemente no quiso. Mientras esperaba, me imaginaba cómo sería el vínculo: qué haríamos si cumplíamos un mes, o si le caería bien a mi madre.
Nunca llegó. Nunca se lo pregunté y creo que jamás lo haré. La vi muchas veces por la calle, pero nunca me animé a saber por qué. Con el tiempo se afianzó la idea de que, en verdad, nunca había pensado ir. Yo solo fui unos besos de domingo a la noche.
Tal vez esa fue la magia: mi primera aventura a la una de la mañana.
Por eso, cuando vuelvo a esta historia, pienso en cortarme el pelo. Probé con colores, pero no es lo mismo. A veces es necesario dejar parte del pasado para que las raíces puedan renovarse.