Lo que no se escucha en una canción refiere a los recuerdos, sucesos y personas que le dan sentido a las melodías. Hay lugares y sensaciones a las que solo podes llegar escuchando música. Mayormente las canciones que te conmueven forman parten de la banda sonora de tu vida. Somos un poco lo que escuchamos, porque escuchamos lo que somos. Y si bien la idea no es escribir sobre música, buscaremos en la música historias para contar.
Por: Deja de Gritar
Hay cosas que no precisamos, pero que cada tanto las recordamos. Quedamos un largo rato, a veces días, preguntándonos dónde están. Después la vida continúa y volvemos a olvidarlas.
Hoy, mientras editaba unas notas, escuché sonar en la sala del hostel una canción que me resultaba conocida. Casi la dejo pasar, no quería permitirme la distracción en el primer sonido de la mañana. Pero la melodía fue insistente y, cuando me detuve a escucharla, el mundo se detuvo y quede flotando en el instante. Estaba sonando la canción que buscaba hace cinco meses.
La misma por la que molesté a gente a las once de la noche para preguntar si la recordaban, la que tararee sin importar que pasase vergüenza. Muchas veces me sentí el personaje de Gastón Pauls en Nueve Reinas preguntando por la canción de Rita Miller. Después de muchos intentos fallidos, finalmente volví a escuchar Colors.
En estas crónicas poéticas vinculé muchas veces objetos con recuerdos. Esta no será la excepción. Escribirlas es un juego psicoanalítico que mueve los muebles del alma para ordenar los olvidos y resignificar lo vivido. El orden, muchas veces, genera nuevos espacios. Hoy, después de cinco meses de búsqueda silenciosa, encontré la caja donde guardar toda la memoria emocional del verano en la Lagoa. Hoy llegue a esa canción que busco incansablemente cada vez que me acuerdo de nuestras conversas.
Siento la canción en todo el cuerpo. Tiene el espacio necesario para acomodar algunos recuerdos que cada tanto buscan apropiarse de los textos. Mientras los coros del estribillo me abren el pecho, voy recolectando momentos hermosos y a veces no sé si lloro hasta reír, o si me río tanto que termino llorando.
Encontré una cumbia sonando a media mañana en el Geckos, gente tirada en los pufs y las hamacas paraguayas convertidas en cama. Hay un paño recién hecho con la tela de una chalina que fue poéticamente importantísima. Era el comienzo de un verano donde sacamos algunas penas cantando himnos latinoamericanos a la espera del sol.
La canción resulta ser el mejor contenedor de estos recortes porque apareció en mi vida el primero de enero de 2025. Salí de trabajar a las 11 PM, en el bar de la esquina estaban el Oscar y el Gus con su botella de agua de dos litros escuchando una banda que versiona esta canción. Me quedé un rato; era demasiado primero de enero y yo todavía seguía en la noche del chocolate (link al artículo Babasonicos).
Sin dudas la canción tomó sentido al día siguiente: El dos de enero. Parecía primero, y estuvo cargado de detalles que así como la humedad penetra las paredes, se metieron en la cocina emocional de mi memoria, ahí donde se regeneran nuestras emociones a diario mientras vamos transitando la vida.
Esa noche sus besos con mayonesa se convirtieron en sushi mientras cantábamos Kase.O. Regresé con el sol pateándome la cabeza pero no me importó. Eran las seis de la mañana y yo iba por las Rendeiras caminando al costado del paraíso. A veces pasamos demasiado tiempo buscando fórmulas y formas, y un día cualquiera, sin esperarlo, alcanzamos el ápice vertiginoso del tiempo del que hablaba Borges.
A medida que recorro la casita emocional voy encontrando palabras, imágenes, fotos, sensaciones y ganas. Muchas ya viven en textos escritos y otras necesitarán en su momento bailar poesía para cerrar su ciclo. En este texto descubrí que Colors está dentro de las canciones más significativas, no solo porque volví a sentir bichicos en la panza, sino también por las maravillosas personas que existieron en ese verano.
